Por Elisabeth Gutiérrez Bermúdez
¿No es cierto que con los años tendemos más a preocuparnos por nuestra salud y por aquellas enfermedades que aparecen en edades avanzadas y que pueden acortar nuestra vida y reducir su calidad? ¿Nunca te has parado a pensar cómo afectaría a tu vida si un día, por ejemplo, te diagnostican una diabetes tipo 2, o sufres un accidente cerebrovascular o un infarto de corazón? ¿Pensarías, en primer lugar, que una de sus posibles causas haya podido ser el comer abundantemente y/o pasar muchas horas frente al televisor? Seguramente ni te lo plantees. Posiblemente pienses en cualquier otra causa antes de relacionarlo con el exceso de peso, si es que lo tienes, pues normalmente, no se suele caer en la cuenta de que es uno de los principales precipitantes de problemas cardiovasculares, de diabetes, de trastornos del aparato locomotor y de algunos tipos de cáncer. Generalmente, del exceso de peso nos preocupa más la estética y el qué dirán y, en un según lugar, la salud de nuestro cuerpo.
El sobrepeso pero, especialmente la obesidad, es tal en el mundo que supone un problema de Salud Pública. Se ha llegado incluso a asegurar, que casi la mitad de la población en los países desarrollados muere a causa de problemas cardiovasculares relacionados con ella, creyéndose incluso que, en breve, acabará superando a las enfermedades infecciosas como principal causa de muerte en muchos países en desarrollo, como India o China.
Según datos epidemiológicos de las últimas dos décadas, la tendencia a la obesidad se ha duplicado, acentuándose en edades avanzadas (entre los 55-85 años) y existiendo poca diferencia entre hombres y mujeres. Además, 3 de cada 10 españoles muestra obesidad abdominal y ésta, se sabe, multiplica por dos el riesgo cardiovascular, la hipertensión y la insulinoresistencia, evidenciando así la importancia de la localización de la grasa. ¿Sorprendente, verdad?
Por todo lo mencionado, desde Atención Primaria se lleva un control sobre todos los pacientes que acuden a su Centro de Salud. Aquellos que padecen un problema de exceso de peso, reciben ayuda por parte de médicos y enfermeros, ofreciéndoles asesoramiento y acompañamiento en todo el proceso, ofertando distintas posibilidades de tratamiento a través de los recursos disponibles, siempre individualizando cada caso.
Así pues, he creído significativo dedicar un espacio en el blog para dar a conocer la importancia de dicho problema, haciendo hincapié en la obesidad abdominal, pues como puedes ver, no es inusual y es muy perjudicial para la salud. Su medición en la consulta de Atención Primaria es rápida, sencilla y puede evidenciar el riesgo cardiovascular, permitiendo así prevenir y/o tratar sus posibles consecuencias.
La herencia del paleolítico: el genotipo ahorrador
La especie humana ha pasado mucha hambre durante su evolución. A lo largo de millones de años el genoma se ha ido adaptando para sobrevivir a los constantes ciclos de hambre y de abundancia. Nuestros antecesores tuvieron que acomodarse a las frecuentes carencias acumulando una serie de mutaciones favorables hasta constituir lo que se ha denominado el “genotipo ahorrador”. Este se basa en el principio de almacenar la grasa obtenida de los alimentos ingeridos para así poder obtener energía de ella cuando se presenten periodos de hambruna; fue diseñado por y para la supervivencia de la especie y se ha ido transmitiendo de generación en generación para conseguir tal fin. Se sabe, que se necesitan muchos millones de años para producir un cambio en el genoma, por ello, era casi obligatorio que todos los homínidos cumplieran con esta condición, pues de lo contrario, no habrían sobrevivido a tales condiciones y la especie se hubiera extinguido.
Con la aparición del Homo sapiens sapiens, nosotros, que ya no necesitamos cazar a nuestras presas, ni caminar durante días en condiciones nefastas en busca de alimentos, ni debemos huir de terribles depredadores y que en síntesis, el gasto calórico para obtener el alimento es mínimo, mantener el genotipo ahorrador no nos beneficia mucho, pues este se basa en el principio de la insulinoresistencia, donde se establece un circulo vicioso: la insulina encuentra dificultad para unirse a sus receptores y no abre las puertas para que penetre la glucosa, por tanto, no se puede metabolizar y permanece en la sangre, provocando un aumento de su concentración. El páncreas, detecta las cifras elevadas de glucosa y secreta aún más insulina para metabolizarla. ¿El resultado? Unos niveles exagerados de insulina en sangre, hiperinsulinemia y de glucosa, hiperglucemia, los cuales pueden ser un componente precipitador de una diabetes mellitus tipo 2, un infarto cerebral o enfermedad cardiovascular, enfermedades derivadas del Síndrome Metabólico y por las que muere la mayor parte de la población de los países desarrollados como España.
Por eso, ahora que vivimos en una época de abundancia permanente de alimentos, debemos limitar su consumo y no solo eso, sino que deberíamos manipular lo mínimo posible cada alimento, pues cuánto más se asemeje a su forma original, menos perjudicial será para nuestra salud. Nuestro organismo está diseñado para ingerir los nutrientes que precisa y para acumular una pequeña reserva de grasa que le permita sobrevivir a los períodos de hambruna. Obviamente, la genética juega un papel importante a la hora de colaborar en el desarrollo o no de la obesidad, pero los factores ambientales y conductuales propios, pueden intervenir de forma favorable impidiendo su desarrollo o atenuándolo. De no ser capaces de controlar los factores externos, los conocidos como “modificables”, lo único que conseguiríamos es acelerar el proceso y agravarlo, condenándonos a un aumento de peso con todas sus consecuencias.
¡La comida es salud, placer, no puede hacerme daño!
Parece que eso no vende o dan por hecho que ya lo sabemos, porque asumimos que lo correcto para no engordar es dejar de comer grasas, por eso solo buscamos productos “light” en los supermercados. Ese mensaje parece que sí ha quedado claro (aunque yo te aconsejo que no te fíes, pues no es del todo cierto) y así calmamos nuestra conciencia creyendo ser “sanos”. Pero la realidad es que estamos rodeados de enemigos mucho más perjudiciales, como el azúcar en exceso.
Particularmente, cometemos 5 errores en nuestra alimentación y estos inciden de manera negativa sobre la expresión adecuada del gen ahorrador, pudiendo conducirnos a sufrir problemas de peso y el ya mencionado Síndrome Metabólico. Ellos son: el consumo excesivo de calorías, el abuso de carbohidratos rápidos (dulces, golosinas), la carencia de fibra vegetal (escasa fruta, verduras), el exceso de grasas saturadas y trans (componentes principales de productos precocinados, bollería, galletas, salsas, etc.) y el embudo alimentario. Esto último se refiere a la escasa variedad de alimentos que muestra nuestra dieta en comparación a nuestros antepasados, los cuales podían alimentarse de hasta 250 tipos de alimentos distintos, llevando a cabo una dieta equilibrada y variada, algo que a día de hoy es casi inusual, donde caemos siempre en los mismos alimentos y la mayoría, procesados.
Existe una tendencia mundial a cometer dichos errores. Por esta razón, no resultaría perplejo comprender que una de las principales causas de enfermedad y mortalidad que nos acecha hoy día, sea el comer abundantemente y el tener una vida sedentaria. Pero lo cierto es que esto es algo difícil de asumir por la mayoría de la población, pues antes que nada, consideramos más “lógico” acabar enfermo o morir por vivir en condiciones de mala o escasa alimentación o en lugares insalubres, por ejemplo, que por sobrealimentarnos. Hay quienes aseguran incluso que, las enfermedades metabólicas y cardiovasculares, son resultado de la hiperalimentación, de la falta de comunicación entre las personas, de la soledad, del sedentarismo, del estrés laboral y del aburrimiento (ya es bien sabida la teoría de que el intestino está íntimamente relacionado con las emociones). En definitiva, se cree son enfermedades de la civilización y que por desgracia, suelen pasar desapercibidas.
La importancia de la obesidad central
Volviendo a retomar la grasa central, expertos en la materia aseguran que su localización corporal, es más importante incluso que el exceso de peso en sí mismo. Sumado a esta circunstancia, se debe valorar la coexistencia de otros factores tales como el tabaquismo, el abuso de alcohol, el sedentarismo, el estrés o la frecuencia cardiaca elevada, pues aumentarían de manera exponencial la probabilidad de sufrir un evento cardiovascular.
Ahora bien, la grasa se puede distribuir siguiendo 2 patrones: una de ellas, denominada periférica o ginoide (típica en las mujeres), se sitúa en glúteos, muslos y brazos, mientras que la central o androide (más común en hombres), se concentra en el abdomen. El valor normal para las féminas se encuentra por debajo de 88cm (lo que sería una talla 46) y para varones, inferior a 102cm (alrededor de una talla 52); pero hay estudios que sitúan una media de 90cm para los hombres y 86cm para las mujeres como cifras óptimas, lo que supone todo un desafío.
En las últimas décadas se han dirigido numerosos estudios entorno a ella, y en concreto, los destinados a la cuantificación del riesgo cardiovascular que conlleva. Generalmente, el grado de sobrepeso u obesidad, se cuantifica a través del Índice de Masa Corporal, el IMC, el cual establece una relación entre el peso y la altura, dando como resultado un valor numérico que ayuda a clasificar a las personas en peso insuficiente, normopeso, sobrepeso y obesidad en distintos grados, basándose el diagnóstico de ésta última en la obtención de una cifra igual o superior a 30 kg/m2.
El IMC se emplea de forma rutinaria en las consultas de Atención Primaria, pero por sí solo no permite conocer la distribución de la grasa corporal, de la misma manera que lo más aconsejable sería llevar a cabo una medición antropométrica para conocer verdaderamente la cantidad de grasa corporal total. Además, presenta otras desventajas, como por ejemplo, no distinguir entre masa muscular y grasa, pudiendo caer en el error de etiquetar a una persona como obesa cuando posiblemente su cuerpo esté mayormente formado por músculo. Tampoco define un punto de corte según la etnia a la que se pertenezca, pues por ejemplo, para etiquetar a alguien de sobrepeso en la región asiática, sería más bajo que para la caucásica, y teniendo en cuenta lo multiétnica que es la población, es una característica importante a tener en cuenta. Por estas razones, no debería ser una herramienta de uso exclusivo para cribar problemas de peso ni para el riesgo cardiovascular, pues siempre debería emplearse conjuntamente con otras.
¿Cómo se determina el riesgo cardiovascular?
Actualmente, a la hora de establecer el riesgo cardiovascular, existen varios indicadores antropométricos que evidencian ventajas sobre el tan comúnmente utilizado IMC. Los más empleados y aprobados científicamente, son la circunferencia de la cintura y el índice cintura/cadera, pero también tienen la desventaja de que sus valores varían según sexo, edad y complexión. Esto se vería atenuado con la corrección que introduce la estatura, resultando como mejor predictor el índice cintura/altura. Se puede usar con igual validez en ambos sexos y a cualquier intervalo de edad, y para su obtención, solo es necesario dividir la circunferencia de la cintura entre la altura (ambos en centímetros). Si se obtiene un resultado mayor a 0,55 supondrá un riesgo cardiovascular elevado; esto resulta lógico, pues no es lo mismo presentar una cintura de 75 cm para quien mide 155 cm que para quien mide 175 cm de altura.
Por ello, ofrece las ventajas de ser efectivo, barato, fácil y rápido de medir y de determinar el riesgo por los profesionales, suponiendo una alternativa sólida para la valoración de la composición corporal a través de la medición de los pliegues adiposos subcutáneos, por ejemplo, los cuáles precisan de mayor tiempo y adiestramiento por parte de los profesionales que lo lleven a cabo.
Por dichas razones, este índice también se ha revelado como una herramienta importante en el diagnóstico del Síndrome Metabólico en adultos, pues varios estudios demuestran que conocer esta cifra ayuda en su cribado, pues la obesidad androide o central, se correlaciona estrechamente con el aumento de la glucemia e insulinemia basales, triglicéridos y presión arterial.
Finalmente, si obtenemos un resultado dentro de la normalidad, se clasificaría en obesidad periférica y el riesgo por tanto sería menor pero existente, pues la obesidad en sí misma ya es un factor de riesgo.
Por tanto, ¿cómo se debería medir el perímetro abdominal? Podría hacerse en casa o bien acudir preferiblemente al profesional de enfermería de Atención Primaria para así reducir el margen de error. Aún así, en la siguiente imagen se describe muy bien el procedimiento a seguir. Se recomienda realizar al menos 2 mediciones las cuales deben ser promediadas. Recuerda medir tu estatura descalzo y con la cabeza recta mirando al frente.
He realizado el índice cintura/altura y es superior a 0.55. ¿Qué debo hacer?
Como explicaba al inicio del artículo, desde la consulta de enfermería de Atención Primaria podemos llevar a cabo un control de todos los factores de riesgo y poder así, asesorarte y ayudarte para mejorar tu calidad de vida. La enfermera junto con el médico, acompañan a lo largo de todo el recorrido, ofreciendo la información necesaria y el apoyo para lograr prevenir y/o tratar los factores de riesgo. Hay evidencia de que, modificando los estilos de vida al menos durante 12 meses, mejora el perfil metabólico y muchos de los factores de riesgo cardiovasculares. Se sabe que manteniendo un estilo de vida sano, se puede reducir el riesgo cardiovascular hasta un 82%.
Por todo lo anterior mencionado, si obtienes un resultado fuera del rango de normalidad, debes tomar medidas y acudir a tu Centro de Salud, donde recibirás información relacionada con la disminución de peso y sobre cómo llevar un estilo de vida cardiosaludable.
A continuación, detallo algunas de las pautas generales que convendría seguir:
- Se deberá emplear una alimentación adecuada basada en:
o Verduras y frutas frescas
o Ácidos grasos insaturados procedentes del aceite de oliva o de linaza
o Pescado azul mínimo 2 veces por semana
o Fibra procedente de legumbres, frutas, verduras y cereales integrales, etc.
- Se aconsejarán métodos de cocción al vapor, a la plancha o hervido.
- No existirán alimentos prohibidos (siempre y cuando no haya una prescripción médica que así lo constituya). Pero sí se deberán minimizar:
o El consumo de carnes rojas
o Productos lácteos (queso, nata, yema de huevo, leche entera o yogurt)
o Ácidos grasos saturados o trans (margarinas y bollería industrial),
o Alcohol limitado a 2 copas al día en hombres y 1 copa al día las mujeres.
o Menos de 5gr/día de sal (evitar sal de mesa, seleccionar alimentos frescos o congelados sin sal).
- Se recomendará una rutina de actividad física de unos 30min/día. Personas sedentarias o con factor de riesgo cardiovascular, como es en este caso, deberán iniciar un programa de ejercicio de baja intensidad.
Para finalizar, me gustaría recalcarte que no se trata de comer poco, sino de comer de todo pero con moderación, sin abusar de ningún alimento en concreto, variando, aprovechando los de temporada, de procedencia conocida y a poder ser, no procesados. Tampoco se trata de pasar horas en un gimnasio, ni de obsesionarse con bajar rápido de peso. Se trata de cambiar los hábitos poco a poco, de escucharte y cuidarte, pues tu cuerpo es el único lugar que tienes para vivir. ¿Verdad que no le pondrías gasoil a tu coche cuando necesita gasolina? Sería maltratarlo. Lo mismo pasa con tu cuerpo cuando no le das lo que es bueno para él. Piénsalo.
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