domingo, 8 de marzo de 2015

Salud y género: buscando el equilibrio



Por Sunera Sadacali

Lo personal es político


El mundo es un lugar de lucha de poderes. El poder establecido, el eje patriarcado-capitalismo, el clasismo, el racismo, el neocolonialismo, la xenofobia, la discriminación por orientación sexual, por identidad sexual, y otros miles de -ismos, siguen cada día más fuertes y cada día hay más gente dispuesta a combatirlos.

En este 8 de marzo que se avecina, quiero recordar la importancia de seguir luchando contra todo este tipo de opresiones.

Desde las consultas, desde la calle, desde el lugar de trabajo, en el parque, en el autobús, en el seno de las familias, en la intimidad, transformando lo privado en político. Porque lo “personal es político” y este grito, proclamado por la feminista radical Carol Hanish en los años 60, sigue tan incandescente como nunca.

A las mujeres nos queda aún mucho por pelear, por rebatir, por desmantelar, por sacudir, por visibilizar, por ocupar. Desestructurar las reglas de juego del patriarcado-capitalismo que sigue utilizando a las mujeres, al cuerpo de las mujeres, como medio de productividad, mercantilizando nuestras vidas, para beneficio del capital.

Las mujeres y la publicidad
Los tentáculos del patriarcado son amplios, y cada día se refuerzan. Las mujeres están sometidas a un bombardeo en la publicidad, objetualizadas y cosificadas, esclavizadas por la moda,  la industria cosmética, las farmacéuticas, que se ocupan de aprisionar a las mujeres en un determinado rol establecido, creando nuevas necesidades, fuente de beneficios para las grandes empresas.

Son explotadas en el trabajo doméstico invisibilizado con doble o triples jornadas, siendo las principales cuidadoras de las personas mayores y de sus hijos e hijas. Acosadas permanentemente en las calles, en el lugar de trabajo, por jefes, compañeros, o por jefas que cumplen el papel asignado por el patriarcado. 

La emancipación de la mujer no pasa solamente por la igualdad de derechos en el plano económico, social y político con respecto al hombre, sino también por desmantelar el régimen del capitalismo y la mercantilización de vida que nos impone.



La salud de las mujeres en una sociedad androcéntrica

Las ciencias médicas son controladas, desde sus albores, por los hombres. Desde los ensayos clínicos en los que las mujeres no participan, hasta los estudios de investigación donde los datos no son desagregados por sexos. Dentro de la misma profesión sanitaria, a pesar de la feminización de la profesión médica y de la enfermería, los puestos de poder los siguen ocupando los varones. Las mujeres siguen padeciendo de la dificultad de ascender, y compiten con compañeros varones que tienen más tiempo para dedicarse enteramente a sus carreras profesionales.

En cuanto a la salud, las mujeres están peor diagnosticadas y tratadas, y observan cómo períodos de su ciclo vital son convertidos en enfermedades en manos de expertos y farmacéuticas. Infradiagnosticadas en enfermedades como el Infarto de Miocardio, la Enfermedad Obstructiva Crónica y la Hipertensión Arterial Esencial, como algunos ejemplos, con retraso de diagnóstico y aumento de la morbimortalidad, y por consiguiente, con empeoramiento de la calidad de vida. Hipermedicalizadas en el ciclo menstrual, la menopausia, y en el embarazo y parto. 

Los problemas emocionales de las mujeres están medicalizados. Se tiende a prescribir más fármacos psicoactivos, como ansiolíticos y antidepresivos de baja intensidad, a mujeres que a hombres. Al malestar inespecífico de las mujeres, Betty Friedan, en su Mística de la Feminidad (Friedan, 1970), lo denominó “la enfermedad que no tiene nombre”; estos síntomas inespecíficos que tantas veces escuchamos en las consultas son producto de la construcción social del sujeto mujer, y son un conjunto de imposiciones sociales, estereotipos, normas, obligaciones, deberes y asunciones que aprisionan a las mujeres en el objeto mujer.


El sufrimiento en las consultas de atención primaria y las mujeres

En innumerables ocasiones, el motivo de consulta no es el dolor de espalda, ni la migraña, ni la corpalgia, ni el diagnóstico es la fibromialgia o la depresión. El sufrimiento es parte in excluyente de las vivencias humanas y están camufladas en nuestra consulta como problemas biomédicos, que son en realidad, expresión de un contexto biográfico, sociocultural y de género. Las mujeres son las que más padecen este malestar. Son las más frecuentadoras, las de más difícil manejo, viven más pero con peor calidad de vida.

Como profesionales de la salud, el entender y conocer el contexto histórico-social dónde nos insertamos y conocer el movimiento feminista y sus aportaciones a la salud de las mujeres, nos posibilita una mirada integral e integradora de la sociedad y permite una atención multidimensional del y de la paciente, evitando el sesgo de género[1] y de clase social, entre otros. 

Del sentimiento de impotencia ante los motivos de consulta como “me duele todo”, “estoy muy cansada”, “no puedo dormir” a la capacidad de crear un lugar de encuentro singular, horizontal con la paciente que sufre, comprenderla, darle herramientas, reconocer, atender, escuchar : la actividad asistencial deja de ser paternalista y empieza a empoderar a las mujeres y a las personas. El concepto de enfermedad deja de ser biomédico, para empezar a ser subjetivo, según cada sujeto y sus vivencias personales en un determinado contexto. Politizar el sufrimiento. Porque la salud también es política.

¡En este 8 de Marzo y en adelante, brindo por una Sanidad igualitaria, justa, pública y universal, para todos y todas!





[1] Los sesgos de género ocurren al asumir que la situación de salud de las mujeres y hombres es igual, y por lo tanto, tratarlas igual; o, en cambio, cuando de asume que es diferente cuando realmente es similar.  

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